Tomar decisiones: el acto de coraje que nadie te enseñó.

Tomar decisiones propias no es solo un acto de libertad. También es un acto de coraje. Porque decidir implica elegir un camino y, con él, dejar otros atrás.

Y eso duele. No por falta de claridad, sino porque asumir lo que uno quiere, lo que uno necesita, conlleva consecuencias que muchas veces preferiríamos evitar.

Vivimos en una cultura que nos entrena para complacer, para seguir lo correcto, lo esperado, lo que “debería ser”. Por eso, cuando una decisión nace desde un lugar auténtico —aunque sea necesaria y coherente— puede generar incomodidad, dudas o culpa.

Pero no hay crecimiento posible sin atravesar esa incomodidad.

Yo creo firmemente que no estamos acá para complacer al mundo, sino para construir una vida que nos represente.

Y eso solo puede hacerse si empezamos a escucharnos en serio, a respetar nuestras intuiciones, y a asumir que vivir desde la verdad interna puede incomodar a otros… y a uno mismo.

Afrontar nuestras decisiones significa sostenernos en medio del ruido, de las críticas, del miedo al error. Significa hacernos cargo. Y aunque a veces cueste, también es profundamente liberador.

Porque no hay mayor alivio que saber que estamos siendo fieles a lo que somos, no a lo que esperan de nosotros.

Si estás en ese momento en el que tenés que tomar una decisión difícil…
Si sentís la incomodidad de elegir lo que vos necesitás, aunque eso no le guste a todos…
Entonces es hora de acompañarte con amor y claridad.

Te invito a agendar una sesión de constelaciones familiares conmigo.
Ahí vamos a explorar qué lealtades, miedos o patrones te frenan…
y cómo podés empezar a tomar decisiones desde un lugar más libre, más verdadero, más tuyo.

No estás sola/o en esto. Te merecés una vida que te represente. Te espero.